jueves, 15 de noviembre de 2012

MATERIAL BÁSICO PARA EL MITO DEL REY ARTURO

José Miguel García de Fórmica-Corsi nos propone como material básico para el desarrollo de la Unidad Didáctica sobre el Rey Arturo, la película Excalibur (1981). Esta es la ficha de la película:



Título: Excalibur
Año: 1981
Director: John Boorman
Guión: John Boorman y Rospo Pallenberg, sobre La Muerte de Arturo, de T. Malory
Fotografía: Alex Thomson
Música: Trevor Jones y composiciones de Richard Wagner y Carl Orff
Dirección artística: Tim Hutchinson
Montaje: John Merritt
Duración: 140 min.
Reparto
Nicol Williamson: Merlín
Nigel Terry: Arturo
Nicholas Clay: Lanzarote
Helen Mirren: Morgana
Cherie Lunghi: Ginebra
Paul Geoffrey: Perceval
Gabriel Byrne: Uther Pendragon
Liam Neeson: Galván

Resumen
Un rótulo informa: «Las Edades Oscuras. La tierra estaba dividida y sin rey. En esos siglos lejanos surgió una leyenda, la del mago Merlín, la de la llegada de un Rey, la de la Espada del Poder». Aparece el título de la película: Excalibur.
El mago Merlín observa cómo Uther Pendragon, en la batalla, derrota a sus enemigos. Concluida ésta, Uther le pide a Merlín la espada que necesita para ser rey. De las profundidades del lago, una mano femenina hace emerger la espada Excalibur. Con ella, Uther es reconocido rey por todos. Su principal enemigo, el duque de Cornwall, lo agasaja en su castillo pero en la fiesta Uther siente un deseo irresistible por la esposa de su anfitrión, Ygraine, ante la danza desenfrenada con que los obsequia. Estalla de nuevo la guerra entre ambos rivales. Uther somete a asedio el castillo y, en su obcecación, le pide a Merlín que utilice sus poderes para permitirle pasar una noche con ella. El mago acepta a cambio de que el «fruto del pecado de tu lujuria sea mío». Esa noche, Merlín, otorga a Uther la apariencia de Cornwall, utilizando para ello, y por primera vez en la historia, el llamado Conjuro de la Creación. Mientras éste ataca su campamento (y muere en la lid), Uther se presenta en el lecho de Ygraine, con el rostro de su marido, y la posee. De todo ello es testigo la pequeña Morgana, hija de Cornwall e Ygraine, que ve la muerte de su padre y adivina la condición de intruso del hombre que acaba de llegar junto a su madre.
Vencedor Uther, contrae matrimonio con la viuda. Nueve meses después, nace un niño, y Uther, de acuerdo con su juramento, se lo entrega a Merlín. Arrepentido acto seguido, lo persigue por el bosque blandiendo su espada Excalibur, pero es emboscado por unos enemigos que lo matan, no sin antes clavar la espada sobre una roca. Al advertirlo, Merlín comprende que es un signo y lanza su profecía: «Aquél que arranque la espada de la piedra, se proclamará rey». Mira al pequeño que lleva en brazos, lo llama Arturo y le dice que él es el elegido.
Han pasado muchos años. En torno a la espada en la piedra ha surgido un asentamiento al que acuden caballeros de toda la tierra para tratar de arrancarla. Sir Hector, señor de Morven, acude con sus hijos Kay y Arturo, escudero de aquél. Los caballeros justan en un cercado y cuando uno vence se dirige a la roca e intenta, infructuosamente, extraerla. Cuando Kay se dispone a entrar en liza, Arturo advierte que ha olvidado su espada en la tienda. Al descubrir a unos rapaces robándola, para evitar el castigo busca una cualquiera y, sin darse cuenta de lo que hace, arranca Excalibur, olvidada mientras se realizan los combates. Los caballeros, asombrados, no quieren creer que un jovenzuelo imberbe lo haya hecho, y devuelven la espada a su lecho de piedra para que lo repita ante todos. Alguno intenta arrancarla, señalando que ahora es fácil, pero fracasan. Arturo lo hace de nuevo: sir Hector descubre ante todos que el muchacho no es su hijo, sino que se lo entregó el misterioso mago Merlín siendo un recién nacido. Justo entonces aparece Merlín, tomando al muchacho bajo su protección y señalándole cuál es su misión: «Tú eres la tierra y la tierra serás tú. Si fracasas, la tierra perecerá; si medras, florecerá, porque eres el rey»
La mayor parte de caballeros se niegan a admitir lo que ha sucedido. Vuelve a estallar la guerra en el país. Arturo se dirige a liberar al principal de sus partidarios, Leondegrance de Carmelida, del asedio a que es sometido en su castillo. En la batalla, tras derribar en combate singular al noble Uriens, éste le grita que no pueden reconocer como rey a quien no es más que un escudero. Arturo reconoce la verdad de esas palabras y en el acto entrega Excalibur a su rival, pidiéndole pidiendo con humildad que lo arme como caballero. La valentía del muchacho impresiona a todos, que reconocen que la sangre de Uther Pendragón debe correr por sus venas: entonces es proclamado rey.
Arturo es curado de sus heridas por Ginebra, la hija de Leondegrance, de quien se enamora. Al referirle a Merlín que un rey necesita a una reina, el mago enseguida ve no sólo que se casará con ella sino que «un amigo muy querido te traicionará», pero el embelesado Arturo no repara en esas palabras.
El rey y sus caballeros parten a pacificar el resto del país. Al llegar a un puente descubren que ante él se ha plantado un caballero de plateada armadura que exige ser derrotado en combate para dejar libre el paso. Se trata de Lanzarote del Lago. Arturo lo reta pero se deja dominar la ira ante lo que considera un desafío inadmisible. Al ver que el caballero no puede ser vencido, pide a Excalibur que otorgue mayor poder a su brazo: con tan ilegítima ayuda malhiere a Lanzarote pero al precio de romper la hoja de su espada. Merlín exclama: «has roto lo irrompible, has destruido la esperanza». Arturo, vuelto a la cordura, arroja la espada al río en el que ha vencido al rival, al que ahora reconoce más fuerte y noble, y clama arrepentimiento. Bajo las aguas, la Dama del Lago aparece portando de nuevo Excalibur, nuevamente restaurada. Lanzarote despierta y, admirado de haber sido derrotado por vez primera, pide a Arturo convertirse en su paladín. Ha nacido una amistad destinada a ser trágica.
Una noche iluminada por cientos de antorchas, Arturo y sus caballeros se reúnen para hacer recuento de todas sus victorias: el reino ha quedado pacificado y unificado de norte a sur y de este a oeste. Una tierra, un rey. Merlín interrumpe la euforia, recordando lo precarias que son las palabras de justicia y fraternidad entre los hombres. Arturo, conmovido, instituye allí mismo la Tabla Redonda y señala que en torno a ellos crecerá un castillo y una ciudad donde contraerá matrimonio con Ginebra.
Arturo envía a Lanzarote a escoltar a la futura reina hasta el altar: en el momento en que se ven, ambos se enamoran. Arturo y Ginebra se casan. Durante la celebración, Merlín es abordado por una joven que se identifica como Morgana, la hermanastra de Arturo, y le pide al mago que la eduque en las artes de la hechicería, para las que tiene desde pequeña una afinidad especial. Merlín, cansado, le dice que sus días están acabados y se queja de que un dios único viene a acabar con todos los dioses, con las fuerzas de la naturaleza: «llegó la Era del Hombre».
En una de sus salidas, Lanzarote es acechado por un jovenzuelo con aspecto campesino, al que, por su persistencia, acaba tomando como escudero: su nombre es Perceval. Camelot ya está en pie, pero Lanzarote vuelve para partir enseguida, una y otra vez, temiendo la atracción de Ginebra. La intrigante Morgana no pierde un gesto de ambos, y manipula al caballero Galván para que proclame, en el banquete, la causa de las ausencias del mejor de los miembros de la Tabla Redonda. En el subsiguiente juicio de Dios, puesto que Arturo, como rey y juez del reino, no puede defender en persona a la reina, será Lanzarote quien lo haga. El paladín vence pero a costa de graves heridas, de las que no desea sanar por la profunda tristeza que lo envuelve: Ginebra pide a Merlín que lo salve, para lo cual vuelve a pronunciar el Conjuro de la Creación.
Aunque Lanzarote intenta huir de la corte, Ginebra corre hacia él y finalmente se dejan arrastrar por su postergada pasión, en mitad del bosque. En el castillo, Arturo adivina lo sucedido. Pide consejo a Merlín pero éste le dice que los dioses le han retirado su poder y que, a partir de ese momento, deben separar sus caminos. Los dos amigos se despiden con emoción. En su marcha, Merlín encuentra a Morgana, que le pide que le enseñe, por fin, el Conjuro de la Creación. El mago, displicente, la conduce a una caverna subterránea (las «entrañas del dragón»), donde se cruzan pasado, presente y futuro. Mientras Arturo sorprende a los dos amantes, desnudos y entrelazados en el bosque, y clava entre ellos Excalibur como testimonio desgarrado de su traición, Merlín —afectado por el dolor que esa espada clavada en la tierra ha provocado en el dragón (en la naturaleza)— deja escapar de sus labios el Conjuro, que enseguida Morgana utiliza para encerrarlo en una prisión de cristal.
Lanzarote despierta y al ver la espada grita: «¡El rey sin espada, la tierra sin rey!», y sale corriendo, dejando a Ginebra tras él. En el mismo momento, Morgana llega hasta el lecho de Arturo y, adoptando la forma de Ginebra, consigue que aquél engendre un hijo en ella. Será Mordred, destinado a ser la perdición de su padre y del reino.
El país se agosta, cayendo sobre él un invierno perpetuo, cumpliéndose así la profecía de Merlín de que si el rey fracasa, la tierra perecerá. Arturo, prematuramente envejecido, sin fuerzas para levantarse de su trono, envía a sus caballeros de la Tabla Redonda por todos los rincones del mundo en busca de lo único que puede revitalizarlos: el Santo Grial. Todos se dispersan, embarcados en una empresa en la que van pasando los años sin resultado alguno y en la que muchos van pereciendo. En un bosque sombrío, Perceval encuentra a un niño de dorada armadura que lo conduce hasta un árbol del que penden muchos caballeros muertos. El niño es Mordred y lo lleva hasta su madre, Morgana, que intenta convertirlo en su esclavo inanimado, convenciéndolo de que el Grial no existe. Perceval resiste y acaba colgado en el mismo árbol. Por azar (por destino), su cuerda es cortada por la espuela de otro caballero que cuelga por encima de él y es liberado. Justo entonces tiene una visión: llega a un castillo, en el que flota un cáliz, el Grial, del que se vierte sangre. Una voz le pregunta cuál es el secreto del cáliz y a quién sirve. Perceval, asustado, huye. Ha fracasado en el momento de la verdad, y lo sabe.
Siguen pasando los años. Mordred ha crecido y marcha ante su padre a reclamar lo que es suyo, la Corona. «Merécelo», le responde el fatigado Arturo.
El errante Perceval ve cabalgar el ejército de Mordred, dando caza a Uriens, sin que pueda hacer nada. Un grupo de penitentes aparece, con un hombre de largas greñas a su frente clamando contra los caballeros que han traído la perdición al reino, provocando el abandono de Cristo. En él, Perceval reconoce a Lanzarote. Arrojado al río por la furia de Lanzarote y los penitentes, medio ahogado por el peso de su armadura, de la que ha de despojarse, un Perceval desnudo emerge del agua, negándose a perder la esperanza como hizo su antiguo señor, y entonces vuelve a tener la visión del Grial. Esta vez sí responde al enigma: la voz que lo interpela es la del mismo Arturo, y el secreto es que «vos y vuestra tierra sois uno». Perceval lleva el Grial al rey y, cuando éste bebe de él, renacen sus energías. Exclama: «He vivido demasiado a través de otros. Lanzarote se llevó mi honor y Ginebra mi culpa. Mordred pagó mis pecados y mis caballeros lucharon por mi causa. Ahora sabré ser rey», y se dispone a encabezar a sus hombres para la batalla final contra Mordred.
Arturo y sus caballeros cabalgan hacia la batalla, y la naturaleza vuelve a florecer a su paso. En un convento, el rey se reencuentra con Ginebra, que desde su infidelidad profesa en él, y le pide su perdón. Ella le entrega la espada Excalibur, que ha guardado desde aquel día.
Los dos ejércitos se disponen para la batalla que tendrá lugar al despuntar el día. Arturo pasea hasta el monumento de grandes piedras que separa el campo entre los rivales e invoca a su viejo amigo Merlín, pidiendo que vuelva junto a él en esa hora del destino. Desde su encierro, Merlín despierta y responde al llamado desde los sueños: todos los caballeros lo sienten del mismo modo. El espíritu del mago, sin ser visto, atraviesa las filas de Mordred y llega a la tienda de Morgana, haciendo que ella misma, sin advertirlo, pronuncie de nuevo el Conjuro. Su efecto es desatar una enorme niebla (que brota de su propia boca) sobre el campo de batalla y que consume la eterna juventud de que se había dotado. Al entrar en su tienda y descubrir a semejante espantajo llamándole «hijo», Mordred la asesina.
La batalla estalla entre la niebla, provocando una enorme carnicería en los dos bandos. En el momento más apurado, aparece de nuevo Lanzarote, muriendo después de reconciliarse con su amigo. Pero el resultado ha sido dantesco: sólo sobreviven Arturo y Perceval, de un lado, y Mordred, del otro. Padre e hijo se enfrentan en combate singular y cada uno atraviesa al otro con su arma. En su agonía, Arturo entrega su espada a Perceval y le encomienda que la arroje al lago y regrese. Ante las aguas, Perceval es incapaz de hacerlo. Vuelve con el rey, intentando convencerlo de que la espada debe guardarse, pero éste le dice que haga como le ha pedido: «Un día volverá un rey y la espada resurgirá de las aguas». Perceval retorna al lago; arroja Excalibur con todas sus fuerzas y una mano femenina que surge de su seno la recoge. Otra vez retorna Perceval pero ya no encuentra a Arturo: en el horizonte se recorta una embarcación y en ella, el caballero vislumbra a tres damas guardando el cuerpo del rey, perdiéndose hacia el horizonte.

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