“Edipo es hijo de Layo y de Yocasta y, por tanto, nieto
de Lábdaco. Su ascendencia se remonta hasta el propio Cadmo, fundador de Tebas.
La leyenda de Edipo adquirió tal celebridad que llegó a constituir el tema de
un poema épico perdido para nosotros. Ya en el canto XI de la Odisea aparece Epicaste (así llama
Homero a Yocasta) entre las heroínas entrevistadas por Odiseo en su bajada a
las mansiones subterráneas. No obstante, han sido los trágicos griegos quienes
han desarrollado con mayor profusión el mito de Edipo.
En la versión más difundida, Edipo aparece amenazado por
un vaticinio desfavorable, incluso antes de nacer. En efecto, el oráculo de
Apolo en Delfos había anunciado a Layo que el hijo nacido de su esposa estaba
destinado a matar a su padre. En consecuencia, tan pronto como nació el niño,
Layo, tras traspasarle con un clavo los talones y unírselos con una correa (se
creía que el nombre de Edipo significaba en griego “pies hinchados”), lo
entregó a uno de sus pastores con la orden de exponerlo en el monte Citerón.
Los pastos de este monte eran frecuentados tanto por los pastores de Tebas como
por los de Corinto. Uno de éstos, Melibeo de nombre, encontró al niño y lo
entregó a los reyes de su país, Pólibo y Mérope, quienes lo criaron como si
fuere su propio hijo. Al llegar a la edad viril, Edipo visitó el oráculo de
Apolo en Delfos para informarse de su destino. El oráculo le respondió que
estaba destinado a matar a su padre y casarse con su madre. Horrorizado ante
tal respuesta, decidió Edipo evitar esta suerte alejándose de los que creía sus
verdaderos padres. En su huida se encontró con Layo en una encrucijada de
caminos y, al no querer ceder el paso, se produjo un altercado en el que perdieron
la vida el rey y todos sus servidores, excepto uno. Empezaba así a cumplirse el
oráculo. Más tarde llegó Edipo a Tebas, donde la Esfinge (monstruo con cabeza
de mujer, cuerpo de león y alas) tenía aterrorizada a la población proponiendo
enigmas y devorando a los que eran incapaces de resolverlos. El enigma que
solía proponer era el siguiente: “¿Cuál es el ser que tiene cuatro pies por la
mañana, dos al mediodía y tres por la noche, pero que, contrariamente a la
generalidad de los seres existentes, es tanto menos rápido cuantos más pies
utiliza al caminar?” Edipo respondió que se refería al hombre, que utilizaba
cuatro pies mientras andaba a gatas y tres en la vejez al usar bastón. La
Esfinge, entonces, se suicidó arrojándose desde la alta roca en que solía
asentarse. Hay una versión de la leyenda en la que era el propio Edipo quien
daba muerte al monstruo.
Como reconocimiento al favor que había dispensado a la
ciudad, los Tebanos lo elevaron al trono y le entregaron en matrimonio a la
reina viuda, Yocasta. Se cumplía así totalmente el oráculo que Edipo trataba de
evitar.Al abatirse durante su reinado una peste sobre Tebas, Edipo envía a consultar al oráculo de Apolo en Delfos a su cuñado Creonte, quien regresa con la respuesta de que aquélla no cesará hasta que haya sido desterrado de la ciudad el asesino de Layo. Edipo, al oírla, maldice al culpable sin sospechar que es él mismo, y hace llamar al adivino Tiresias, quien, conocedor de la tragedia, trata de ocultar la respuesta que, finalmente, habrá de dar presionado por el monarca. Edipo no puede creer lo que oye y piensa en una conjura preparada por Creonte. Yocasta trata de ayudarle descubriendo aquel antiguo oráculo que aseguraba que Layo moriría a manos de su hijo. Pero Layo había sido muerto por unos bandidos en una encrucijada de caminos, según había asegurado uno de los servidores del rey que había conseguido salvar la vida. Edipo se turba. Decidido a averiguar la verdad hace venir del campo al servidor que acompañaba a Layo en aquella ocasión. Los acontecimientos se precipitan. De Corinto llega un emisario para notificarle que ha muerto Pólibo y que por tanto debe ir a ocupar el trono. Edipo dice que no quiere acercarse a su madre por temor a que se cumpla parte del oráculo. El emisario, pretendiendo tranquilizarlo, le asegura que no hay nada que temer, porque Mérope no es su verdadera madre, ya que él mismo lo había recogido en un monte. La angustia se abate sobre Edipo. Ya sólo falta que llegue el servidor que ha sido avisado para acabar de confirmar la terrible sospecha. Yocasta, al comprender que ha cometido incesto con Edipo, entra silenciosa en el palacio para suicidarse. Edipo, abatido, perfora sus ojos con unos alfileres y parte para el destierro de la mano de la más pequeña de sus hijas, Antígona. Ella le guiará hasta Colono, en el Ática, donde es acogido hospitalariamente por Teseo. Aquí muere Edipo, no sin antes haber maldecido a sus hijos Eteocles y Polinices.”
Falcón
Martínez, C., Fernández-Galiano, E., y López Melero, R.: Diccionario de mitología clásica, vol 1, pp. 195-197.
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