jueves, 27 de diciembre de 2012

TODAS LAS MUJERES ME GUSTAN (Ovidio, Amores, II, 4)


 

No es una belleza concreta la que pueda excitar mi amor:
existen cien razones para estar yo siempre enamorado.
Si una bajó sus ojos ruborosos a tierra,
me abraso y ese pudor es para mí una emboscada;
si otra es provocativa, cautivo quedo porque no es sosa
y me da esperanzas de menearse bien en mullido lecho.
Si pareces huraña y émula de las sabinas puritanas,
pienso que quieres, pero que en el fondo estás disimulando;
si eres culta, me agradas dotada de esas extraordinarias
cualidades; si inexperta, me agradas por tu sencillez.
Está la que dice que los versos de Calímaco son rústicos al lado
de los míos: a la que agrado, al instante ésa me agrada;
está también la que me critica a mí, poeta, y mis versos:
desearía tener debajo los muslos de la detractora.
Camina delicadamente: cautiva con su meneo; otra es dura:
pero podrá ser más delicada al contacto con un hombre.
A ésta porque canta dulcemente y modula con gran soltura
la voz, quisiera darle besos robados mientras canta;
ésta recorre las quejumbrosas cuerdas con el hábil pulgar:
¿quién no se enamoraría de manos tan sabias?
Aquélla agrada con sus gestos, mueve rítmicamente los brazos
y contonea su delicada cintura con sensual destreza:
por no hablar de mí, a quien cualquier cosa altera,
¡pon allí a Hipólito y será Príapo!
Tú, porque eres tan alta, igualas a las antiguas heroínas
y puedes ocupar tendida toda la cama;
otra es manejable por su pequeñez; las dos me pierden:
la grande y la chica se avienen a mis deseos.
No está arreglada: me imagino lo que ganaría arreglándose;
está acicalada: ella misma exhibe sus propios encantos.
La  mujer blanca me cautivará, me cautivará la rubia:
también es agradable Venus en el color oscuro.
Si cuelgan oscuros cabellos de un cuello de nieve…,
Leda  era el centro de las miradas por su negra cabellera;
si amarillean…, agradó Aurora por su cabello azafranado:
mi amor se acomoda a todas las leyendas.
La joven me atrae, me seduce la madura:
Aquélla es superior por su físico, ésta es la que sale. 
En fin, a las jóvenes que cualquier aprueba por toda Roma,
de todas ellas mi amor es candidato.
 

Ovidio, Amores, II, 4, trad. Antonio Ramírez de Verger, Madrid, Alianza Editorial.

 

domingo, 23 de diciembre de 2012

EL DOMINIO SEXUAL (Marvin Harris, Vacas, cerdos, guerras y brujas. Los enigmas de la cultura)


          

            Nuestra forma principal de adaptación biológica es la cultura, no la anatomía. No cabe esperar que los hombres dominen a las mujeres por el mero hecho de ser más altos y más fuertes, más de lo que cabe esperar que la especie humana sea gobernada por el ganado vacuno o los caballos, animales cuya diferencia de peso con respecto al marido corriente es treinta veces superior a la existente entre éste y su esposa. En las sociedades, el dominio sexual no depende de qué sexo alcanza un mayor tamaño o es innatamente más agresivo, sino de qué sexo controla la tecnología de la defensa y de la agresión.

            Si sólo conociera la anatomía y capacidades culturales de los hombres y de las mujeres, me inclinaría a pensar que serían las mujeres, y no los hombres, quienes controlarían la tecnología de la defensa y de la agresión y que si un sexo tuviera que subordinarse a otro, sería la hembra quien dominaría al varón. Aunque quedaría muy impresionado por el dimorfismo físico (mayor altura, peso y fuerza de los varones) en especial en relación con las armas que manejan con la mano, todavía me causaría mayor asombro algo que las hembras tienen y que los hombres  no pueden conseguir, a saber, el control del nacimiento, el cuidado y la alimentación de los niños. En otras palabras, las mujeres controlan la crianza, y gracias a ello pueden modificar potencialmente cualquier estilo de vida que las amenace. Cae dentro de su poder de negligencia selectiva el producir una proporción entre los sexos que favorezca mucho más a las hembras que a los varones. También tiene el poder de sabotear la “masculinidad” de los varones, recompensando a los chicos por ser pasivos en vez de agresivos. Cabría esperar que las mujeres centraran sus esfuerzos en criar hembras solidarias y agresivas en vez de varones y, por añadidura, que los pocos supervivientes masculinos de cada generación fueran tímidos, obedientes, trabajadores y agradecidos por los favores sexuales. Predeciría que las mujeres monopolizarían la dirección de los grupos locales, serían responsables de las relaciones chamánicas con lo sobrenatural, y que Dios sería llamado ELLA. Finalmente, esperaría que la forma de matrimonio ideal y más prestigioso sería la poliandria, en la cual una sola mujer controla los servicios sexuales y económicos de varios hombres.

Marvin Harris, Vacas, cerdos, guerras y brujas. Los enigmas de la cultura. Madrid, Alianza Editorial, 1981, pp. 80-81.

 

 

ACTIVIDADES.

1.    Haz un resumen, “con tus palabras” de las ideas principales del texto. ¿De qué depende el “dominio sexual” en las sociedades humanas, según Marvin Harris?

2.    Busca información sobre el objeto de estudio de la Antropología como ciencia en general, y sobre el enfoque de Marvin Harris, en particular.

3.    ¿Es la anatomía el destino del ser humano? ¿Qué argumentos se pueden ofrecer a favor o en contra de dicha afirmación?

4.    Explica el significado la expresión “relaciones chamánicas con lo sobrenatural”.

5.    Según tu opinión, ¿cuál es la forma de matrimonio ideal?

EL AMOR Y LA SEDUCCIÓN (Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano)


 

            “Los cínicos y los moralistas están de acuerdo en incluir las voluptuosidades del amor entre los goces llamados groseros, entre el placer de beber y el de comer, y a la vez, puesto que están seguros de que podemos pasarnos sin ellas, las declaran menos indispensables que aquellos goces. De un moralista espero cualquier cosa, pero me asombra que un cínico pueda engañarse así. Pongamos que unos y otros temen a sus demonios, ya sea porque luchan contra ellos o se abandonan, y que tratan de rebajar su placer buscando privarlo de su fuerza casi terrible ante la cual sucumben, y de su extraño misterio en el que se pierden. Creeré en esa asimilación del amor a los goces puramente físicos (suponiendo que existan como tales) el día en que haya visto a un gastrónomo llorar de deleite ante su plato favorito, como un amante sobre un hombro juvenil. De todos nuestros juegos, es el único que amenaza trastornar el alma, y el único donde el jugador se abandona por fuerza al delirio del cuerpo. No es indispensable que el bebedor abdique de su razón, pero el amante que conserva la suya no obedece del todo a su dios. La abstinencia o el exceso comprometen al hombre solo; pero salvo en el caso de Diógenes, cuyas limitaciones y cuya razonable aceptación de lo peor se advierten por sí mismas, todo movimiento sensual nos pone en presencia del Otro, nos implica en las exigencias y las servidumbres de la elección. No sé de nada donde el hombre se resuelva por razones más simples y más ineluctables, donde el objeto elegido sea pesado con más exactitud en su peso bruto de delicias, donde el buscador de verdades tenga mayor probabilidad de juzgar la criatura desnuda. Partiendo de un despojamiento que iguala el de la muerte, de una humildad que excede la de la derrota y la plegaria, me maravillo de ver restablecerse cada vez la complejidad de las negativas, las responsabilidades, los dones, las tristes confesiones, las frágiles mentiras, los apasionados compromisos entre mis placeres, y los del Otro, tantos vínculos irrompibles y que sin embargo se desatan tan pronto. El juego misterioso que va del amor a un cuerpo al amor de una persona me ha parecido lo bastante bello como para consagrarle parte de mi vida. Las palabras engañan, puesto que la palabra placer abarca realidades contradictorias, comporta a la vez las nociones de tibieza, dulzura, intimidad de los cuerpos, y las de violencia, agonía y grito. La obscena frasecilla de Posidonio sobre el frote de dos parcelas de carne –que te he visto copiar en tu cuaderno escolar como un niño aplicado- no define el fenómeno del amor, así como la cuerda rozada por el dedo no explica el milagro infinito de los sonidos. Esa frase no insulta a la voluptuosidad sino a la carne misma, ese instrumento de músculos, sangre y epidermis, esa nube roja cuyo relámpago es el alma”.

Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano, Barcelona,   EDHASA, 1984. pp. 15-16.

 

ACTIVIDADES.

1.    Después de leer atentamente el texto y buscar el significado de las palabras que desconoces, trata de ofrecer una versión más actual del mismo y con palabras más sencillas, como si tú fueras un emperador Adriano del siglo XXI.

2.    Busca información sobre la escuela filosófica de los “cínicos” en la antigüedad, así como sobre Diógenes de Sínope y Posidonio.

3.    ¿Qué concepción del amor defiende Adriano?

4.    ¿Estás de acuerdo con esta concepción del amor? ¿Se te ocurre algún ejemplo para justificar tu respuesta?

martes, 18 de diciembre de 2012

LOS ROLES SEXUALES (Estrella de Diego, El andrógino sexuado)


LOS ROLES SEXUALES. TEXTO 1. (Estrella de Diego, El andrógino sexuado)

            “La idea de género como convención social impuesta desde el momento en que nacemos –y no asociada a factores biológicos- es algo cada vez más aceptado. Cuando nace un bebé, antes de determinar si es normal desde un punto de vista estrictamente físico –si tiene dos manos, dos piernas o dos ojos- se especifica algo mucho menos relevante pero que va a condicionar su vida futura y va a poner de manifiesto la educación diferenciada que reciben hombres y mujeres: es un niño, es una niña. A partir de ahí, incluso el más banal de los símbolos –la ropa- los diferencia: a las niñas se las viste de rosa –color asociado en nuestra cultura a los afectos- y a los niños de azul –asociado al trabajo. Las mujeres deben dedicar sus vidas a los afectos vestidas de rosa y los hombres deben ganarse la vida vestidos de azul. Pero como al final las mujeres tienen que trabajar además de sentir, el azul entra en sus vidas a medida que se hacen mayores –uniformes del colegio. No deja de llamar la atención que por el contrario el rosa no suela pertenecer al ámbito de lo masculino sin implicaciones de afeminamiento, lo cual hace sospechar sobre la definitiva exclusión masculina del mundo sentimental.

            Y sin embargo, nacer hombre o mujer no tiene implicaciones de comportamiento irreversibles, más bien nos comportamos como hombres y como mujeres por esa determinada educación. Es lo que se suele denominar como roles, la predeterminación en la conducta de una persona –algo que la sociedad espera y anima. Dichos papeles están íntimamente ligados al concepto de norma –cómo se debe comportar la gente- y al concepto de estereotipo –cómo se suele comportar la gente. Así los roles son patrones de comportamiento relacionados con lo que se suele hacer y con lo que idealmente se debería hacer. Brannon asocia los roles sociales a los papeles del teatro enfatizando cómo actuar dentro de un determinado rol conforma también la personalidad del individuo, la cual es para un sector de la psicología el residuo o la integración de los roles sociales aprendidos, convirtiendo de este modo la imitación en metamorfosis”.

Estrella de Diego, El andrógino sexuado, Madrid, Visor Dis., 1992, pp.48-49.


 

LOS ROLES SEXUALES. TEXTO 2. (Estrella de Diego, El andrógino sexuado)

            “Duren-Smith y de Simone recogen algunos casos clínicos que demuestran lo artificial de la diferencia de los sexos fuera del ámbito puramente biológico e incluso cómo lo aprendido supera ese ámbito. Las personas que han sido educadas dentro de los códigos de un sexo se comportan según esos códigos y quieren mantenerlos a pesar de descubrir en la madurez que desde el punto de vista del sexo biológico pertenecen al sexo contrario[1]. Lo que las autoras tratan de demostrar con estas historias poco habituales desde el punto de vista clínico, es que la orientación sexual se aprende al igual que la identidad de género. Todos nacemos con una naturaleza bisexual y sólo después del nacimiento se fuerzan las diferencias sexuales en nuestro cerebro a través de lenguajes no verbales de signos establecidos –rosa versus azul- y a través de lenguajes verbales presentes en la misma educación potenciada por los padres – qué niño tan fuerte, qué niña tan guapa, como explica Stoller.

            Esta definición sexual impuesta va creando una serie de presiones en ambos sexos, que en el caso de la mujer se manifiesta a través de la percepción de la feminidad como un valor negativo y en el del hombre a través de una identificación en el ámbito de lo irreal acrecentada por el miedo latente a la homosexualidad. La identificación de las mujeres con su género se lleva a cabo en el ámbito de lo cotidiano –las niñas juegan a las casitas con harina de verdad-, mientras la de los hombres está ligada a lo heroico, muy alejado del mundo tangible –disparan armas sin balas y juegan con trenes miniatura. La transgresión de las niñas no es, además, algo tan fuertemente criticado, tal vez por la subvaloración social de todo lo femenino que permite a la mujer manifestar su bisexualidad e incluso la anima a adecuarse a las normas de comportamiento masculinas”.

Estrella de Diego, El andrógino sexuado, Madrid, Visor Dis., 1992, p.50.



[1] El primer caso presentado es el de la señora Went, cuya identidad de género aparece separada de su identidad de sexo genético. La señora Went es un ama de casa inglesa como tantas “sin problemas de adaptación, casada y con dos hijos adoptados. Pero si viviese en Escocia, tan sólo unas millas al Norte, el Estado la consideraría un hombre. De hecho es un hombre genéticamente. Padece un desorden genético muy poco frecuente”. Es consciente de sus problemas a los veintitrés años, ante la ausencia de menstruación, y el médico le explica que técnicamente es un hombre. Ha sido educada como una mujer y prefiere mantener los hábitos adquiridos y vivir su vida como una mujer. El segundo caso que aportan es su antítesis, un muchacho malayo criado como un chico que ha nacido con pene y una pequeña abertura vaginal. Cuando en un momento empiezan a crecerle los pechos consulta a un médico que le explica sus problemas de hermafroditismo. Él se siente un hombre porque ha sido educado como tal y decide operarse los pechos y la vagina. Duren-Smith y de Simone, 1983, p. 102 y ss.

domingo, 2 de diciembre de 2012

PROPUESTA DE ACTIVIDADES SOBRE “EL AMOR ENTRE HÉRCULES Y ÓNFALE” (Por Juan Jesús Ojeda Abolafia, IES Santa Bárbara de Málaga)

      

             Os ofrezco una actividad que elaboré el pasado año dentro del programa de igualdad de género del IES Santa Bárbara de Málaga. Se trata de un cuestionario para realizar en clase analizando los amoríos entre Hércules y Ónfale para valorar los cambios de rol masculino-femenino en la relación amorosa.

            Actualmente estoy trabajando sobre el relato del Holandés Errante, basándome en el texto de Heine y en el libreto de Wagner, analizando la problemática relación entre amor, fidelidad y destino. Precisamente, al hilo de este estudio del holandés, pretendo hacer una breve defensa del valor educativo, intelectual y existencial del pensamiento estético suscitado por el relato-mito (pensamiento inductivo-hipotético; es decir, filosofante) frente al dominante paradigma educativo del pensamiento demostrativo (hipotético-deductivo) impuesto por la racionalidad científica, para lo cual me serviré de las ideas de Gadamer expuestas en los textos publicados en el BLOG.

HÉRCULES Y ÓNFALE

            Después de haber completado los doce trabajos impuestos por Euristeo, libre al fin de la servidumbre de éste, Hércules se dirigió hacia Ecalia al enterarse de que el rey Eurito había prometido casar a su hija Yole con el arquero que disparase mejor que él y sus cuatro hijos. El Dios Apolo había regalado un arco a Eurito y le había enseñado a utilizarlo, y el rey se jactaba de superar al dios en puntería. Hércules ganó la competición pero Eurito despreció a Hércules y no cumplió su promesa, con la excusa de que las flechas de Hércules estaban embrujadas. En realidad, el rey Eurito sabía que el héroe había tenido un ataque de locura que lo había llevado a asesinar a su esposa Megara ya sus hijos, lo cual le causaba temor, ya que su hija podría correr con la misma suerte. Además, se dice que a Hércules le era reprochado haber sido sirviente del rey Euristeo durante doce años.

            Hércules, enfadado, abandonó Ecalia prometiendo vengarse. Poco después se produjo un robo en Ecalia. Varias yeguas del rey Eurito habían desaparecido y éste culpó inmediatamente a Hércules, quien, según algunas versiones, se las había llevado a modo de compensación por el agravio cometido por el rey Eurito al negarle la mano de su hija. Ifito, hijo de Eurito, siguió las huellas de las yeguas, que conducían a Tirinto; disimulando sus sospechas, Ifito pidió a Hércules que lo ayudase a buscar el ganado robado. Hércules comprendió que Hito lo acusaba de ser el ladrón y lo mató arrojándolo desde la torre más alta de Tirinto.

            Entonces el héroe buscó purificación de este asesinato en la corte del rey Neleo, pero este se la denegó. Acudió después a Amiclas donde fue purificado del asesinato por el rey Delfobo.

            Una vez purificado, se dirigió al oráculo de Delfos en busca de ayuda para curase de sus accesos de ira. Al negarse la pitonisa a atenderlo por haber matado a Ifito, Hércules, airado, se apoderó del trípode de Apolo sobre el que la pitonisa se sentaba.

            El dios Apolo, indignado, acudió para evitar el robo del trípode sagrado y luchó con Hércules hasta que Zeus separó a los combatientes con un rayo y los obligó a hacer las paces. A continuación la pitonisa accedió a los deseos de Hércules y profetizó que para librarse de su aflicción éste debería venderse como esclavo durante tres años y entregar el dinero de la venta a la familia de lfito.

            Fue vendido por Hermes a la reina de Lidia, Ónfale, como un esclavo sin nombre. La reina, y nueva ama del héroe, lo sometió a todo tipo de ultrajes, lo vistió con largos ropajes femeninos, lo obligó a hilar a sus pies como cualquier doncella. A pesar del maltrato puede decirse que existía amor entre Hércules y la reina, y que el amor de esta se llegó a hacer tan enfermizo que llevó al héroe a esta situación tan poco digna.

            En este periodo, Hércules se enfrentó a los cercopes mellizos Pasalo y Acmón, que transformados en moscas le impedían dormir con su incesante zumbido; luchó contra Síleo, que obligaba a los extranjeros a trabajar en sus tierras; arrasó la ciudad de los lidias, cuando éstos comenzaron a saquear el territorio de Ónfale; venció al rey Litierses de Celenes en una competición, en la que al rey decapitaba a los perdedores; junto al rió Safaris, mató a una gigantesca serpiente que atacaba a los sirvientes y a las cosechas de Ónfale. Con esta reina Hércules tuvo a Lamo, a Agelao y a Laomedonte.

            Transcurrido el tiempo pactado y después de librar las posesiones de la monarca de bandidos y monstruos, la reina comenzó a sospechar que este esclavo sin nombre no era otro que el famoso Hércules, así que lo liberó muy satisfecha, colmándolo de regalos.

             A su regreso se enteró de las historias que se contaban sobre él. Que arrumbó la piel de león y se vestía como una dama, con grandes collares, pulseras y turbante femenino. También decían que la señora lo regañaba y se ponía a llorar; todo ridiculizando su varonil fuerza ante las modalidades femeninas.

 

Juan Jesús Ojeda Abolafia

 

 

viernes, 30 de noviembre de 2012

DOS TEXTOS DE GADAMER SOBRE LOS MITOS. (Hans-Georg Gadamer)

Juan Juan Jesús Ojeda Abolafia, profesor de Filosofía del IES Santa Bárbara de Málaga nos invita a reflecionar sobre dos textos del filósofo alemán Hans-Georg Gadamer sobre los mitos.
 

MITO Y RAZÓN.
(Hans-Georg Gadamer, 1954)   

   El pensamiento moderno tiene un doble origen. Por su rasgo esencial es Ilustración, pues comienza con el ánimo de pensar por uno mismo que hoy impulsa a la ciencia; tanto la expansión ilimitada de las ciencias experimentales como el conjunto de las transformaciones de la vida humana en la época de la técnica, que parten de esas ciencias, atestiguan y confirman este ánimo. Al mismo tiempo, todavía hoy vivimos de algo cuyo origen es distinto. Es la filosofía del idealismo alemán, la poesía romántica y el descubrimiento del mundo histórico que acaeció en el Romanticismo; todos ellos se han mostrado, dentro del impulso ilustrado de la modernidad, como un movimiento contrario vigente hasta hoy. Es verdad que, considerando el conjunto del mundo civilizado, ante todo habrá que darle la razón a Ernst Troeltsch, quien una vez dijo que el idealismo alemán sería sólo un episodio. Todo el mundo anglosajón, pero igualmente el Este dominado por la doctrina comunista, están impregnados por el ideal de la Ilustración, por la fe en el progreso de la cultura bajo el dominio de la razón humana. Al lado, hay otra zona del mundo que está tan penetrada por la inmutabilidad de la medida y el orden natural que el pensamiento moderno no puede hacer tambalear esta convicción. Es el mundo latino que, formado por el catolicismo, sigue siendo un abogado perseverante del pensamiento iusnaturalista. Pero en Alemania, y desde ella, la Ilustración moderna se ha combinado con rasgos románticos y ha dado lugar a un resistente haz de influencias, cuyos polos extremos son la Ilustración radical y la crítica romántica de la Ilustración.
   Uno de los temas en que especialmente se expresa esta bipolaridad del pensamiento moderno es la relación entre mito y razón. Pues es de suyo un tema ilustrado, una formulación de la clásica crítica que el racionalismo moderno hizo a la tradición religiosa del cristianismo. El mito está concebido en este contexto como el concepto opuesto a la explicación racional del mundo. La imagen científica del mundo se comprende a sí misma como la disolución de la imagen mítica del mundo. Ahora bien, para el pensamiento científico es mitológico todo lo que no se puede verificar mediante experiencia metódica. De manera que la progresiva racionalización también deja a toda religión a merced de la crítica. Max Weber vio justamente en el desencantamiento del mundo la ley del desarrollo de la historia que conduce necesariamente del mito al logos, a la imagen racional del mundo. Pero la validez de este esquema es cuestionable. Es verdad que en cualquier desarrollo cultural se puede reconocer ese impulso hacia la intelectualización, es decir, una tendencia ilustrada. Pero nunca antes de esta última Ilustración, la Ilustración moderna europea y cristiana, el conjunto de la tradición religiosa y moral sucumbió a la crítica de la razón, de modo que el esquema del desencantamiento del mundo no es una ley general de desarrollo, sino que él mismo es un hecho histórico. Es el resultado de lo que enuncia: sólo la secularización del cristianismo ha hecho madurar esta racionalización del mundo; y hoy comprendemos por qué.
   Pues el cristianismo ha sido quien primeramente ha hecho, en la proclamación del Nuevo Testamento, una crítica radical del mito. Todo el mundo de los dioses paganos, no sólo el de este o aquel pueblo, es desenmascarado, teniendo presente el Dios del más allá de la religión judeocristiana, como un mundo de demonios, es decir, de falsos dioses y seres diabólicos, y ello porque todos son dioses mundanos, figuras del mundo mismo sentido como potencia superior. A la luz del mensaje cristiano, el mundo se entiende justamente como el falso ser del hombre que necesita la salvación. Siendo así, desde el punto de vista del cristianismo, a través de la explicación racional del mundo se cierne sobre la ciencia la amenaza de una sublevación contra Dios, en cuanto que el hombre tiene la arrogancia de ser, por sus propias fuerzas y gracias a la ciencia, dueño de la verdad. Pero el cristianismo ha preparado el terreno a la moderna Ilustración y ha hecho posible su inaudita radicalidad, que ni siquiera hubo de detenerse ante el propio cristianismo por haber realizado la radical destrucción de lo mítico, es decir, de la visión del mundo dominada por los dioses mundanos.
   Pero la relación entre mito y razón es tanto más un problema romántico. Los acentos son completamente distintos si por “romanticismo” entendemos todo el pensamiento que cuenta con la posibilidad de que el verdadero orden de las cosas no es hoy o será alguna vez) sino que ha sido en otro tiempo y que, de la misma manera, el conocimiento de hoy o de mañana no alcanza las verdades que en otro tiempo fueron sabidas. El mito se convierte en portador de una verdad propia, inalcanzable para la explicación racional del mundo. En vez de ser ridiculizado como mentira de curas o como cuento de viejas, el mito tiene, en relación con la verdad, el valor de ser la voz de un tiempo originario más sabio. En efecto, el Romanticismo ha sido el que, con esta revalorización del mito, ha abierto todo un amplio campo de nuevas investigaciones. Se investigan los mitos y los cuentos por su significado, es decir, por la sabiduría  de los mitos y de los cuentos. Pero la razón reconoce también de otro modo los límites de la realidad dominada por ella, por ejemplo el mecanismo de la sociedad, usando imágenes orgánicas para la vida social o concibiendo la “oscura” Edad Media desde el esplendor de su cristiandad o buscando una nueva mitología que sería auténtica religión del pueblo, la misma situación en que antes estuvieron los pueblos de la Antigüedad pagana. Nietzsche sólo dio un pequeño paso hacia adelante cuando, en la “Segunda consideración intempestiva”, vio en el mito la condición vital de cualquier cultura. Una cultura sólo podía florecer en un horizonte rodeado de mito. La enfermedad del presente, la enfermedad histórica, consistiría justamente en destruir este horizonte cerrado por un exceso de historia, esto es, por haberse acostumbrado el pensamiento a tablas de valor siempre cambiantes. Y, nuevamente, sólo es un pequeño paso el que conduce desde esta valoración del mito hasta la acuñación de un concepto político del mito, que resuena en el nouveau christianisme de Saint-Simon y que expresamente fue desarrollado por Sorel y sus seguidores. La dignidad de una vieja verdad es atribuida a la meta política de un orden futuro que debe ser creído por todos, como en otro tiempo el mundo comprendido míticamente.
   Habrá que aclarar la conexión de estos dos aspectos del problema para extraer de ello un conocimiento histórico. La aclaración debe ser precedida por un análisis de los conceptos “mito” y “razón” que, como cualquier verdadero análisis conceptual, es una historia de conceptos (Begriffen) y un hacerse cargo de (Begreifen) la historia.
   I. En primer lugar, “mito” designa otra cosa que una especie de acta notarial. El mito es lo dicho, la leyenda, pero de modo que lo dicho en esa leyenda no admite ninguna otra posibilidad de ser experimentado que justo la del recibir lo dicho. La palabra griega, que los latinos tradujeron por “fábula”, entra entonces en una oposición conceptual con el logos que piensa la esencia de las cosas y de ese pensar obtiene un saber de las cosas constatable en todo momento.
   Pero a partir de este concepto formal de mito se sigue otro de contenido. Pues de ningún acontecimiento único, del que sólo pueda saberse gracias testigos oculares y a la tradición que se basa en éstos, puede levantarse acta notarial por medio de la razón pensante, ni puede ser puesto a disposición por medio de la ciencia. Lo que de tal suerte vive en la leyenda es, ante todo, el tiempo originario en que los dioses debieron haber tenido un trato aún más manifiesto con los hombres. Los mitos son sobre todo historias de dioses y de su acción sobre los hombres. Pero “mito” significa también la historia misma de los dioses, tal y como, por ejemplo, es narrada por Hesíodo en su Teogonía. Ahora bien, en cuanto que la religión griega tiene su esencia en el culto público y la tradición mítica no pretende otra cosa que la interpretación de esta estable y permanente tradición cultual, el mito está expuesto constantemente a la crítica y a la transformación. La religión griega no es la religión de la doctrina correcta. No tiene ningún libro sagrado cuya adecuada interpretación fuese el saber de los sacerdotes, y justo por esto lo que hace la Ilustración griega, a saber, la critica del mito, no es ninguna oposición real a la tradición religiosa. Sólo así se comprende que en la gran filosofía ática y, sobre todo, en Platón pudiesen entremezclarse la filosofía y la tradición religiosa. Los mitos filosóficos de Platón testimonian hasta qué punto la vieja verdad y la nueva comprensión son una.
   Por contra, la crítica del mito hecha a través del cristianismo en el pensamiento
moderno llevó a considerar la imagen mítica del mundo como concepto contrario a la imagen científica del mundo. En cuanto que la imagen científica del mundo se caracteriza por hacer del mundo algo calculable y dominable mediante el saber, cualquier reconocimiento de poderes indisponibles e indomeñables que limitan y dominan nuestra conciencia es considerado, en esas circunstancias, como mitología. Pero esto significa que cualquier experiencia que no sea verificada por la ciencia se ve arrinconada en el ámbito no vinculante de la fantasía, de modo que tanto la fantasía creadora de mitos como la facultad del juicio estético ya no pueden erigir una pretensión de verdad.
   II. El concepto de “razón” es, si tenemos en cuenta la palabra, un concepto moderno. Refiere tanto a una facultad del hombre como a una disposición de las cosas. Pero precisamente esta correspondencia interna de la conciencia pensante con el orden racional del ente es la que había sido pensada en la idea originaria, del logos que está a la base del conjunto de la filosofía occidental. Los griegos llamaron nous a la sabiduría suprema en que lo verdadero está patente, es decir, en que se hace patente en el pensamiento humano la disposición del ser con arreglo al logos. A este concepto del nous corresponde en el pensamiento moderno el de la razón. Ella es la facultad de las ideas (Kant). Su exigencia principal es la exigencia de unidad en que se coordina lo disparejo de la experiencia. La mera multiplicidad del “esto y esto” no satisface a la razón. Ésta quiere examinar qué produce la multiplicidad, donde la haya, y cómo se forma. De ahí que la serie de los números sea el modelo del ser racional, del ens rationis. En la lógica tradicional la razón es la facultad de deducir, es decir, la capacidad de adquirir conocimientos a partir de conceptos puros sin el auxilio de experiencia nueva. El rasgo esencial común que se perfila en todas estas definiciones conceptuales de “razón” es que hay razón allí donde el pensamiento está cabe sí mismo, en el uso matemático y lógico y también en la agrupación de lo diverso bajo la unidad de un principio. En la esencia de la razón radica, por consiguiente, el ser absoluta posesión de sí misma, no aceptar ningún límite impuesto por lo extraño o lo accidental de los meros hechos. Así, la ciencia matemática de la naturaleza es razón en tanto en cuanto presenta inteligiblemente el acontecer natural por medio del cálculo, y el extremo perfeccionamiento de la razón que es por sí misma consistiría en que el curso de la historia humana nunca experimentara como límite propio el factum brutum del azar y de la arbitrariedad, sino que (con Hegel) llegara a hacer visible e inteligible la razón en la
historia.
   La imposibilidad de cumplir esta exigencia, la de reconocer todo lo real como racional, significa el fin de la metafísica occidental y conduce a una devaluación de la razón misma. Ésta ya no es la facultad de la unidad absoluta, ya no es la facultad que entiende de los fines últimos incondicionados, sino que “racional” significa más bien el hallazgo de los medios adecuados a fines dados, sin que la racionalidad misma de estos fines esté comprobada. Por consiguiente, la racionalidad del aparato civilizador moderno es, en su núcleo central, una sinrazón racional, una especie de sublevación de los medios contra los fines dominantes; dicho brevemente, una liberación de lo que en cualquier ámbito vital llamamos “técnica”.
   El mito y la razón tienen, como muestra este esbozo, una historia común que discurre según las mismas leyes. No es que la razón haya desencantado al mito y que a continuación haya ocupado su lugar. La razón que relega al mito al ámbito no vinculante de la imaginación lúdica se ve expulsada demasiado pronto de su posición de mando. La Ilustración radical del siglo XVIII resulta ser un episodio. Así pues, en tanto que el movimiento de la Ilustración se expresa a sí mismo en el esquema “del mito al logos”, también este esquema está menesteroso de una revisión. El paso del mito al logos, el desencantamiento de la realidad, sería la dirección única de la historia sólo si la razón desencantada fuese dueña de sí misma y se realizara en una absoluta posesión de sí. Pero lo que vemos es la dependencia efectiva de la razón del poder económico, social, estatal. La idea de una razón absoluta es una ilusión. La razón sólo es en cuanto que es real e histórica. A nuestro pensamiento le cuesta reconocer esto. Tan grande es el dominio que la metafísica antigua ejerce sobre la comprensión que de sí misma tiene la existencia, que se sabe finita e histórica, del hombre. Del trabajo filosófico de Martin Heidegger hemos aprendido cómo los griegos, pensando el ser verdadero en la presencia y en la comunidad del logos, fundaron y decidieron la experiencia del ser de Occidente. Ser significa ser siempre. Lo que la razón conoce como verdadero, debe ser siempre verdadero. Así que la razón debe poder ser siempre la que conozca lo verdadero. Pero, en verdad, la razón no está presente ni disponible cada vez que quiere ser consciente de sí misma, es decir, cada vez que quiere ser consciente de la racionalidad de algo. Se experimenta en algo sin ser dueña previamente de lo que en ello hay de racional. Su autoposibilitación está siempre referida a algo que no le pertenece a ella misma, sino que le acaece y, en esa medida, ella es sólo respuesta, como aquellas otras fueron respuestas míticas. También ella es siempre interpretación de una fe, no necesariamente de la fe de una tradición religiosa o de la de un tesoro de mitos extraído de la tradición poética. Todo el saber que la vida histórica tiene de sí misma surge de la vida que tiene fe en sí misma, cuya realización es ese saber.
   Con todo esto, la conciencia romántica, que critica las ilusiones de la razón ilustrada, adquiere positivamente un nuevo derecho. Unido a aquel impulso ilustrado hay también un movimiento contrario de la vida que tiene fe en sí misma, un movimiento de protección y conservación del encanto mítico en la misma conciencia; hay, sin duda, el reconocimiento de su verdad.
   Naturalmente, hay que reconocer la verdad de los modos de conocimiento que se encuentran fuera de la ciencia para percibir en el mito una verdad propia. Aquéllos no deben quedar relegados al ámbito no vinculante de las meras configuraciones de la fantasía. Que a la experiencia que el arte hace del mundo le corresponde un carácter vinculante y que este carácter vinculante de la verdad artística se asemeja al de la experiencia mítica, se muestra en su comunidad estructural. En su Filosofía de las formas simbólicas, dentro de la filosofía criticista, Ernst Cassirer ha abierto un camino al reconocimiento de estas formas extracientíficas de la verdad. El mundo de los dioses míticos, en cuanto que éstos son manifestaciones mundanas, representa los grandes poderes espirituales y morales de la vida. Sólo hay que leer a Homero para reconocer la subyugante racionalidad con que la mitología griega interpreta la existencia humana. El corazón subyugado expresa su experiencia: la potencia superior de un dios en acción. Pero, ¿qué otra cosa podría ser la poesía sino esa representación de un mundo en que se anuncia algo verdadero, pero no mundano? Incluso allí donde las tradiciones religiosas ya no son vinculantes, la experiencia poética ve el mundo míticamente. Esto quiere decir que lo verdadera y subyugantemente real se representa como viviente y en acción. Piénsese en las poesías-cosa de Rilke. La glorificación de las cosas no es sino el desarrollo de su superior sentido de ser con que subyugan y hacen tambalearse a una conciencia que se imagina estar en una absoluta posesión de sí misma. ¿Y qué otra cosa puede ser acaso la figura del ángel en Rilke sino la visibilidad de eso invisible que tiene su lugar en el propio corazón, en “lo que golpea fuerte”, qué sino la incondicionalidad del sentimiento puro, en que eso invisible se ofrece? El mundo verdadero de la tradición religiosa es del mismo tipo que el de estas configuraciones poéticas de la razón. Su carácter vinculante es el mismo. Pues ninguna de ellas es una imagen arbitraria de nuestra imaginación al estilo de las imágenes fantásticas o los sueños que se elevan y se disipan. Son respuestas consumadas en las cuales la existencia humana se comprende a sí misma sin cesar. Lo racional de tales experiencias es justamente que en ellas se logra una comprensión de sí mismo. Y se pregunta si la razón no es mucho más racional cuando logra esa autocomprensión en algo que excede a la misma razón.




MITO Y LOGOS

(Hans-Georg Gadamer, 1981)


1. El problema del mito en la situación del pensamiento ilustrado

   Las palabras narran nuestra historia. Que la palabra «mito» haya sobrepasado el lenguaje del erudito y que, desde hace cerca de dos siglos, tenga su propia resonancia, preferentemente positiva, es un hecho que verdaderamente invita a la reflexión. En la época de la ciencia en que vivimos el mito y lo mítico no tienen ningún derecho legítimo y, sin embargo, justamente en esta época de la ciencia se infiltra la palabra griega; elegida para expresar un más allá del saber y de la ciencia en la vida del lenguaje y de las lenguas.
   La relación entre mito y ciencia es sencillamente connatural a la palabra «mito»; y, no obstante, apenas puede uno pensar una relación tan tensa como ésta ni ninguna otra que tenga que contar una historia tan significativa. Que «ciencia» sea la designación bajo la cual el Occidente grecocristiano se ha convertido en la civilización mundial imperante hoy implica que la misma «ciencia» ha recorrido una historia y que sólo en el curso de esta historia ha llegado a ser «la ciencia». Toda pretensión de verdad se libra bajo su autoridad y anonimato. De modo que también la relación entre el mito y la ciencia tiene, desde los comienzos griegos de nuestra cultura científica, una elocuente historia que alberga muchas cosas en su seno.
   Si echamos una ojeada a la formación de la civilización occidental, el impulso ilustrado parece haber tenido en la historia tres grandes oleadas: la oleada ilustrada que culminó en la sofística radical ateniense del tardío siglo v antes de Cristo, la oleada ilustrada del siglo XVIII que tuvo su punto culminante en el racionalismo de la Revolución Francesa y, así se debería quizá decir, el movimiento ilustrado de nuestro siglo que ha alcanzado su cumbre provisional en la «religión del ateísmo» y su fundación institucional en los modernos ordenamiento s estatales ateos. El problema del mito está estrechamente relacionado con estas tres etapas del pensamiento ilustrado. Hemos de considerar que es un desafío especial el hecho de que precisamente la última y más radical oleada de Ilustración haya conducido a modos y estrategias de formación de convicciones humanas que son implantadas artificialmente, es decir, que sirven a los fines del Estado y a los fines de la dominación y a las cuales se les ha conferido, por así decir, sin motivo la dignidad de la validez mítica, y esto quiere decir la dignidad de una validez que no necesita ulteriores comprobaciones. A tal efecto, tanto más importante es preguntar sobre qué fundamenta la tradición mítica su pretensión de verdad. ¿Hay algo así como un mito inauténtico y qué es un mito auténtico? ¿Qué significa “mito”?


2. Perfil conceptual del mythos en el pensamiento griego

   La palabra mythos es una palabra griega. En el antiguo uso lingüístico homérico no quiere decir otra cosa que “discurso”, “proclamación”, “notificación”, “dar a conocer una noticia”. En el uso lingüístico nada indica que ese discurso llamado mythos fuese acaso particularmente poco fiable o que fuese mentira o pura invención, pero mucho menos que tuviese algo que ver con lo divino. Allí donde la mitología -en el significado tardío de la palabra- se convierte en un tema expreso, en la Teogonía de Hesíodo, el poeta es elegido por las musas para realizar su obra, y éstas son plenamente conscientes de la ambigüedad de sus dones: “Sabemos contar muchas falsedades que se parecen a lo verdadero ... , pero también lo verdadero” (Theog., 26). No obstante, la palabra “mito” no se encuentra en absoluto en este contexto. Sólo siglos después, en el curso de la Ilustración griega, el vocabulario épico de mythos y mythein cae en desuso y es suplantado por el campo semántico de logos y legein. Pero justamente con ello se establece el perfil que acuña el concepto de mito y el mythos como un tipo particular de discurso frente al logos, frente al discurso explicativo y demostrativo. La palabra designa en tales circunstancias todo aquello que sólo puede ser narrado, las historias de los dioses y de los hijos de los dioses.
   También la palabra logos narra nuestra historia desde Parménides y Heráclito. El significado originario de la palabra, “reunir”, “contar”, remite al ámbito racional de los números y de las relaciones entre números en que el concepto de logos se constituyó por primera vez. Se encuentra en la matemática y en la teoría de la música de la ciencia pitagórica. Desde este ámbito se generaliza la palabra logos como concepto contrario a mythos. En oposición a aquello que refiere una noticia de la que sólo sabemos gracias a una simple narración, “ciencia” es el saber que descansa en la fundamentación y en la prueba.
   Con la creciente conciencia lingüística que en el tardío siglo v acompaña al nuevo ideal educativo retórico-dialéctico mythos viene a ser casi exclusivamente un concepto retórico para designar en general los modos de exposición narrativa. Naturalmente, narrar no es “probar”; la narración sólo se propone convencer y ser creíble. Los maestros de retórica se comprometían a exponer sus materias en la forma de un mito o en la forma del logos según los deseos de cada cual (el Protágoras de Platón). Tras esa arbitrariedad virtuosa se distingue la nueva oposición entre la historia bien hallada o inventada y la verdad enumerable, mostrable, demostrable, El mito se convierte en “fábula” en tanto que su verdad no sea alcanzada mediante un logos.
   Así le pareció quizá a Aristóteles. El mythos se encuentra para él en una oposición natural a lo que es verdadero. No obstante, también conoce el uso retórico-poético de la palabra. Ante sus ojos Heródoto aparece como el narrador de historias (mythologicos) y en su teoría de la tragedia designa con la palabra mythos el contenido narrable de la acción. En este contexto tampoco puede hablarse de la oposición extrema entre mito y logos con que estamos familiarizados. Las historias inventadas poseen asimismo verdad. Sin duda, la formulación de Aristóteles sigue siendo admisible: las historias inventadas poseen más verdad que la noticia que informa de acontecimientos reales que transmiten los historiadores. Esto es completamente evidente desde el punto de vista del concepto de saber de la Antigüedad, de acuerdo con el cual “ciencia” (episteme) refiere a la pura racionalidad y en absoluto a la experiencia. Lo que narran o inventan los poetas, comparado con el informe histórico, tiene algo de la verdad de lo universal. Con ello, en modo alguno se restringe la primacía del pensamiento racional frente a la verdad mítico-poética. Sólo deberíamos ser precavidos y llamar a los mitos, en el sentido mencionado, “historias inventadas”. Son historias “halladas”, o mejor: dentro de lo conocido desde hace largo tiempo, desde antiguo, halla el poeta algo nuevo que renueva lo viejo. En cualquier caso, el mito es lo conocido, la noticia que se esparce sin que sea necesario ni determinar su origen ni confirmarla.
   En el pensamiento griego encontramos, pues, la relación entre mito y logos no sólo en los extremos de la oposición ilustrada, sino precisamente también en el reconocimiento de un emparejamiento y de una correspondencia, la que existe entre el pensamiento que tiene que rendir cuentas y la leyenda transmitida sin discusión. En especial, esto se muestra en el giro peculiar con que Platón supo unir la herencia racional de su maestro Sócrates con la tradición mítica de la religión popular. Rechazando la pretensión de verdad de los poetas, admitió sin embargo simultáneamente, bajo techo de su inteligencia racional y conceptual, la forma narrativa del acontecer que es propia del mito. La argumentación racional se extendió, por decirlo así, pasando por encima de los límites de sus propias posibilidades demostrativas, hasta el ámbito a que sólo son capaces de llegar las narraciones. Así, en los diálogos platónicos el mito se coloca junto al logos y muchas veces es su culminación. Los mitos de Platón son narraciones que, a pesar de no aspirar a la verdad completa, representan una especie de regateo con la verdad y amplían los pensamientos que buscan la verdad hasta la, allendidad. Puede ser sorprendente para el lector de hoy cómo se entremezcla aquí la tradición arcaica con la refinada agudeza de la reflexión conceptual y cómo se organiza ante nosotros una configuración hecha de humor y seriedad que se extiende, no sólo sin ruptura sino incluso con una especie de pretensión religiosa, sobre la totalidad del pensamiento que busca la verdad.
   Para el lector griego esto no fue seguramente tan raro y asombroso como le puede parecer al pensamiento moderno que ha pasado por el cristianismo. El conjunto de la tradición religiosa de los griegos se realizó encadenando sin interrupción esos intentos de hacer concordar el propio potencial de experiencia y la propia inteligencia reflexiva con las noticias que pervivían en el culto y en la leyenda. La tarea del rapsoda épico, como la del poeta trágico e incluso como la del autor de comedias, era manifiestamente la de configurar constantemente esta mezcolanza de tradición religiosa y pensamiento propio. Incluso Aristóteles ve en la tradición “mítica” de los dioses una especie de noticia de conocimientos olvidados en los que reconoce su metafísica del Primer Motor (Met. L8, l074b). Así que hay que preguntarse qué es realmente lo que hace que la tradición mítica sea susceptible de esa racionalización y, al contrario, por qué bajo el signo de las religiones reveladas la relación entre fe y saber adquiere rasgos antagónicos. Hay que plantear la pregunta en general y desplegarla en ambas direcciones. Pues aunque el camino de la racionalización de la imagen mítica del mundo sólo ha sido recorrido en una dirección, la que va de los griegos a la ciencia -a la que se le dio el nombre de “filosofía”-, la tradición mítica entraña en sí misma un momento de apropiación pensante y se realiza por doquier volviendo a decir interpretativamente lo dicho en la leyenda.

 
                                                                                         

lunes, 26 de noviembre de 2012

Instrucciones para escribir un microrrelato después de leer cualquier mito. Por Antonio Báez.


·        Escribe una historia en pocas palabras o líneas (200 o 300 palabras aproximadamente; 15 o 20 líneas) que recoja algún detalle del mito que acabas de conocer: algo relacionado con una mujer muy hermosa si se trataba de algún episodio en el que aparecía Venus o Helena de Troya; si era sobre el Minotauro y Teseo, puede aparecer un laberinto: un laberinto moderno, por ejemplo un centro comercial, un parque infantil; si has leído sobre Edipo: una pelea en un cruce de caminos con desenlace fatal, un personaje ciego, un acertijo, etc… No intentes recoger todos los elementos del mito original, con uno es suficiente. Y déjate llevar, incorpora elementos nuevos, lo que se te ocurra, todas las mujeres hermosas son Helena de Troya e hijas de Venus, todos los laberintos tienen dentro un monstruo que a veces hay que liberar, al contrario de lo que hizo Teseo, y en todos los cruces de caminos puede que nos estemos cruzando con nuestro padre.

·        Si pasa el tiempo y no se te ocurre nada sobre lo dicho más arriba, escribe sobre cualquier otra cosa. Si no se te ocurre nada sobre cualquier otra cosa, escribe sobre nada, y si sobre nada, tampoco, no escribas nada. En realidad, ese es el principio.
 

 ·        El microrrelato que viene a continuación tiene poco menos de 600 palabras y ha aparecido en Mar de pirañas. Nuevas voces del microrrelato español. (Menoscuarto, 2012)
 

"Dédalo".

“Tengo tres hijos. El mayor tiene 6 años y el más pequeño un par de meses. Me tocó acompañar al de enmedio a una fiesta de cumpleaños de un amigo de su clase, 4 añitos. El lugar era un local grande, acondicionado como parque, con varios niveles y recovecos, toboganes, camas elásticas y piscinas de bolas. Algo así como Safari Park o Adventure o Los Piratas o Magic. Supongo que ya sabéis. Los niños se descalzan, salen corriendo como ratones en el interior de una jaula, hay un montón de sandwiches que apenas mordisquean y los papás intentan encontrar un hilo de conversación que no aparece por ninguna parte. Nada más penetrar en el recinto me di cuenta de que algo estaba sucediendo. Tengo una especie de alarma perceptiva que me avisa, un radar para encontrar a seres extraordinarios. A ver si me explico. Cuando era pequeño rompía las gafas con frecuencia. Era un serio problema, no sólo porque estaba bastante cegato, sino porque al llegar a casa ya podía estar seguro de que me iba a caer una buena bronca o un tortazo. Por ese motivo aprendí una destreza que ningún otro chico de mi calle necesitó. A ver sin ver, a caminar con seguridad entre nubarrones deformes, a mirar con una sonrisa caras sin rasgos, que para mí estaban tan lisas como un huevo. Pasaba semanas enteras con la montura de las gafas sin cristales y nadie se daba cuenta. Adquirí una sensibilidad exacerbada para interpretar los matices de las voces. Descubrí la entonación de las mentiras, por ejemplo. El caso es que sé cuál de las madres de las filas de mis hijos es ardiente y apasionada. Qué padre lleva una doble vida, compartiendo locuras con otros hombres. Quién ha metido la mano en la caja de su empresa. He descubierto que hay personas con capacidades extraordinarias como hacer que un jardín florezca en la mitad de tiempo, o ponerle el abrigo a los niños con tal encanto que si lo desearan los niños volarían por los aires. Volarían como pajarillos. Bien. No tengo demasiado tiempo para explicaciones. En aquel espacio había alguien que me transmitía una sensación de infinito ahogo, pero yo no daba con el lugar. Había cansancio también. Y tiempo. Una gran concentración de tiempo en su ser. Al principio pensé en alguno de los adultos que estaba acompañando a los críos. No me parecía propio de ninguno de los niños que había allí que albergase ese tipo de desasosiegos. Repasé a madres y padres y no hallé nada más que secretos y miserias rutinarias. Una preocupación especial en alguien por intentar recuperar una melodía asociada a momentos dulces y abstractos. Pero el foco de la angustia no estaba en ninguno de ellos. Era un afán por encontrar la salida de un laberinto, la necesidad de escapar de aquel lugar en el que todos se estaban divirtiendo, todos excepto esa persona. De repente llegó corriendo desde uno de los rincones un grupo de madres muy alarmadas. Traían en brazos a un pequeño lloroso, que se había extraviado y tenía síntomas de fatiga y desorientación. Me alegré amargamente, porque ya sabía yo que no había allí ningún adulto para hacerse cargo de él y que en un descuido volvería a perderse entre los otros niños, donde sólo le quedaría por delante la ciénaga del tiempo, el mismo tiempo sin hilos en el que nos hundíamos todos los padres con un vaso de refresco por delante”.

 
Antonio Báez Rodríguez

 

 

sábado, 24 de noviembre de 2012

LOS MITOS SIGUEN VIVOS. Carlos García Gual 24 NOV 2012


Los mitos siguen vivos

En la antigüedad se crearon relatos fabulosos que terminaron dando fondo a las diversas culturas.

El libro 'Imagen del mito' recupera en todo su esplendor el universo simbólico
recopilado por Joseph Campbell. Mitos que hoy subsisten transformados.



'Venus, Cupido y las pasiones del amor', pintura de Agnolo Bronzino. / National Gallery


            Es difícil dar una definición del Mito, como término unívoco y digno de letra mayúscula. Me parece que situar el “pensamiento mítico” como una forma simbólica singular y oponer el Mito a la Razón como incompatibles simplifica demasiado el enfoque. “No hay ninguna definición del mito. No hay ninguna forma platónica del mito que se ajuste a todos los casos reales”, escribió G. S. Kirk, helenista experto en el tema. Evitemos enredarnos en la retórica y la metafísica. Es más claro enfocar “lo mítico” como una vasta región de lo imaginario y tratar de “los mitos” como resonantes relatos que configuran lo que llamamos la mitología. Partamos de un trazo claro: los mitos no son dominio de ningún individuo, sino una herencia colectiva, narrativa y tradicional, que se transmite desde lejos (a veces unida a la religión, en los ritos o en la literatura).

Toda cultura alberga una tradición mítica. Según Georges Dumézil: “Un país sin leyendas se moriría de frío. Un pueblo sin mitos está muerto”. Desde siempre, “los mitos viven en el país de la memoria” (Marcel Detienne). Es decir, pertenecen a la memoria comunitaria y, como señaló el antropólogo Malinowski, ofrecen a la sociedad que los alberga, venera y difunde “una carta de fundación” utilitaria. Son, en sus orígenes, las fundamentales “historias de la tribu”; ofrecen a sus creyentes una interpretación del sentido del mundo.

Partiendo de esa consideración de la mitología, podemos proponer una definición sencilla y funcional. Con la venia del escéptico Kirk, tomemos, modestamente, esta: “Un mito es un relato memorable y tradicional que cuenta la actuación paradigmática de seres extraordinarios (dioses y héroes) en un tiempo prestigioso y lejano”. El insistir en lo narrativo y no en las vacilantes creencias que los individuos pueden tener al respecto nos permite aceptar como “mitos” no solo a los mitos religiosos, sino también a los “literarios”. Ese aspecto narrativo es el rasgo esencial del mito ya en la palabra griega mythos, que los sofistas y Platón opusieron al vocablo logos (palabra, razón, razonamiento), en el sentido de “narración tradicional, relato antiguo”. (Antes, en Homero, mythos y logos eran sinónimos). Una frase famosa define el progreso filosófico en Grecia como avance “del mito al logos”; pero ese avance —en términos absolutos— está hoy muy cuestionado. La contraposición sirve para señalar el claro progreso histórico de la razón en la Grecia antigua, en la filosofía, la historia y las ciencias, ideas y no creencias, que explican el mundo, marginando las creencias míticas. Sin embargo, ya el mythos era una búsqueda de verdad, ya el mito ofrecía, en su estilo, una ilustración (Hans Blumenberg). Hay “mito en el logos y logos en el mito”, dice Lluís Duch, que apunta la conveniencia de una ágil combinación “logomítica” para la comprensión cabal del mundo y la condición humana.

 Ofrecen a la sociedad que los alberga “una carta de fundación"

Nuestra mitología clásica viene de la antigua Grecia, aunque solo persiste como brumosa herencia cultural, desde hace siglos desvinculada de su fundamento religioso. (Cómo el cristianismo la sustituyó y desterró a sus dioses es una historia bien conocida y que podemos dejar de lado ahora). Pero cualquier religión tiene su propia mitología, es decir, su oferta narrativa, que puede adquirir pretensiones dogmáticas, reforzada por los rituales y la espiritualidad personal. La cristiana se recoge en la Biblia. Con todo, la mitología griega (y su versión romana) se nos ha transmitido en la literatura europea con una belleza poética que le ha permitido una pervivencia fantasmal a través de los siglos. Recordemos que la gran poesía griega (la épica, la tragedia y gran parte de la lírica) se fundaba en la evocación de los mitos: las acciones de los famosos héroes y los dioses, y su celebración y reinterpretación constante en los poemas y los teatros. Esos mitos, que suelen designarse con el nombre de sus protagonistas, perduran así como ejemplos y enigmas (como los de Prometeo, Odiseo, Edipo, Medea, Orfeo, Casandra y otros). Y los poetas, transmisores por excelencia de los mitos, fueron, en Grecia, populares “maestros de verdad” antes de ser desplazados en esa tarea educativa por los filósofos. Pero, sin embargo, no lo olvidemos, Platón es un gran narrador de mitos, metidos en sus Diálogos. Lo que no deja de ser una admirable paradoja: el gran filósofo, tan crítico con las opiniones ajenas, tan duro con los poetas, resulta luego un fabuloso mitólogo.

 Un mito no se inventa, sino que se cuenta como un saber acreditado

Pero no solo los griegos; toda cultura tiene sus mitos, como ya sabemos. Y su, más o menos fantástica, brillante tradición mitológica. Que se caracteriza, por doquier, por ese carácter memorable, en gran medida educativo. Pues un mito no se inventa, sino que se cuenta como un saber acreditado. Ya estaba antes; como una creencia, como un enigma, como lección de sabiduría, una reliquia de las “historias de la tribu”. Podemos preguntarnos qué lo hace duradero y ubicuo, ¿cómo persiste así, arcaico, y, tal vez, reactualizado? Sin duda es su temática. Los mitos hablan de los grandes temas de la existencia. Y dan respuesta. De por qué existimos, de quién hizo el mundo, cuál es nuestro destino, qué hay tras la muerte, qué significa vivir en un tiempo breve, y en una condición de dudosa justicia. Los filósofos —desde los sofistas griegos— han ofrecido respuestas varias: según unos, fueron el espanto y el agradecimiento ingenuo ante los prodigios naturales los que les crearon los dioses; según otros ilustrados, fue la codicia y astucia de los sacerdotes. Me parece más convincente la tesis de Hans Blumenberg: los mitos animan y dan sentido profundo a lo real. Frente al “absolutismo de la naturaleza”, los seres humanos ansían vivir en un albergue benévolo, un mundo humanizado y con sentido trascendente, donde, más allá de la inevitable muerte, quede algo perdurable, respondiendo al anhelo humano de pervivir y no ser un absurdo accidente disuelto en la nada. Según Blumenberg, el ser humano anhela esperanza y consuelo. El mito lo da. En otras versiones, como en la de Jung, los temas de los mitos están en la propia alma de forma innata, y tienen, como arquetipos, honda relación con el mundo de los sueños.

El caso es que los mitos están ahí, desde muy antiguo y en todas partes. Aunque, desde luego, hay épocas y culturas que los cuidan más y los tienen de mejor calidad. Y, por otra parte, parece que conviene distinguir entre los grandes y fundamentales (como los de la creación, del mundo divino, de las almas y sus viajes de ultratumba) y mitos menores, por ejemplo, los de tipo político o nacionalista más o menos manipulados. En fin, los mitos se insertan en la cultura y suelen recurrir a símbolos propios y expresarse de modo vivaz en imágenes impactantes. El código simbólico que usan con frecuencia los relatos míticos viene requerido por su propia temática, fabulosa y trascendente. El símbolo remite a algo ausente, difícil de representar por los signos de la comunicación habitual; sugiere más que dice e invita a ir más allá de lo real aparente y objetivo. Sobre todo en los símbolos religiosos. Las imágenes mitológicas actúan en el mismo sentido. Invitan a la imaginación de ese universo fabuloso de dioses, monstruos y seres extraños y prodigiosos con más fuerza que las palabras. Cada cultura, luego, elabora imágenes y símbolos propios, aunque la mitología comparada puede revelar entre mitos, imágenes y símbolos de lugares muy lejanos coincidencias sorprendentes. (Acaso porque la imaginación humana tiene sus límites). El repertorio de símbolos e imágenes resulta, en la mirada comparatista, fascinante.

 
El personaje literario deviene mítico tan solo cuando pasa a la memoria colectiva

He apuntado ya que hay mitos de primera instancia y mitos de segunda fila. En el mundo griego, los relatos de los dioses contados por Hesíodo evocan los orígenes del cosmos, los mitos de la épica heroica nos hablan de un mundo más cercano. Y también hay, en esa mitología y en otras, frente a los mitos religiosos y cósmicos (los de los orígenes, de los que tanto escribió Mircea Eliade), mitos literarios, esto es, productos míticos de prestigio más limitado y pedigree más moderno, ya que se inscriben en una tradición libresca. A esos mitos literarios (como el de Don Juan o el de Fausto) se les puede encontrar un primer autor —lo que va en contra de lo que hemos dicho antes—. Pero el personaje literario deviene mítico tan solo cuando pasa a la memoria colectiva y no es necesario recordar quién los inventó. En ese sentido, creo, la mayoría de la gente que los conoce no sabe quién fabricó a Frankenstein o a Carmen, o a Robinsón, no menos que quién, antes de Homero, relató las aventuras del griego Ulises; los héroes se han mitificado al perdurar en el imaginario colectivo, sin que la gente necesite el texto original. Y también hay —descendiendo de nivel— héroes del cómic que pueden revestir un tono mítico (son la calderilla del fondo, para el consumo popular y más mediático). Son “superhéroes” de papel; pero conservan algunas chispas del fulgor de los clásicos, ya desconocidos para el público juvenil. (Grant Morrison subraya bien, en Supergods, su impacto social, y apunta sagazmente que “Supermán es un héroe apolíneo y Batman un héroe dionisiaco”).

Es usual calificar de “míticos” o “mitos” a las grandes estrellas del espectáculo, a futbolistas y atletas, y ahora también a algunos cocineros. “Mito” es así un sinónimo de “ídolo adorado por las masas”; “ídolo” es, en cambio, vocablo pasado de moda. Para sus fans son seres mitológicos, tan de fábula como los superhéroes, glorificados por los focos de la actualidad.

Si bien entró bastante tarde en nuestra lengua —último tercio del XIX—, la palabra “mito” tuvo un éxito enorme: hoy, “el mito se dice de muchas maneras”. En el sentido de “lo fabuloso”, el término “mito” apunta a lo irreal, y se confunde con “lo falso”, y con esa fuerte connotación negativa se usa para descalificar exageraciones, bulos, y creencias ajenas. En ese sentido, los “mitos” son vanas “ilusiones” de los otros. A las “creencias” se contraponen “ideas”, como dijo Ortega, y antes los sofistas griegos. Pero los mitos perviven, se prestan a relecturas y a manipulaciones, a veces perversas.

 EL PAÍS. EN PORTADA sábado, 24 noviembre 2012