Actualmente estoy trabajando sobre el relato del
Holandés Errante, basándome en el texto de Heine y en el libreto de
Wagner, analizando la problemática relación entre amor, fidelidad y destino.
Precisamente, al hilo de este estudio del holandés, pretendo hacer una breve
defensa del valor educativo, intelectual y existencial del pensamiento estético
suscitado por el relato-mito (pensamiento inductivo-hipotético; es decir,
filosofante) frente al dominante paradigma educativo del pensamiento demostrativo
( hipotético-deductivo) impuesto por la racionalidad científica, para lo
cual me serviré de las ideas de Gadamer expuestas en los textos publicados en
el BLOG.
HÉRCULES Y
ÓNFALE
Después
de haber completado los doce trabajos impuestos por Euristeo, libre al fin de
la servidumbre de éste, Hércules se dirigió hacia Ecalia al enterarse de que el
rey Eurito había prometido casar a su hija Yole con el arquero que disparase
mejor que él y sus cuatro hijos. El Dios Apolo había regalado un arco a Eurito
y le había enseñado a utilizarlo, y el rey se jactaba de superar al dios en
puntería. Hércules ganó la competición pero Eurito despreció a Hércules y no
cumplió su promesa, con la excusa de que las flechas de Hércules estaban
embrujadas. En realidad, el rey Eurito sabía que el héroe había tenido un
ataque de locura que lo había llevado a asesinar a su esposa Megara ya sus
hijos, lo cual le causaba temor, ya que su hija podría correr con la misma
suerte. Además, se dice que a Hércules le era reprochado haber sido sirviente
del rey Euristeo durante doce años.
Hércules, enfadado, abandonó Ecalia prometiendo vengarse.
Poco después se produjo un robo en Ecalia. Varias yeguas del rey Eurito habían
desaparecido y éste culpó inmediatamente a Hércules, quien, según algunas
versiones, se las había llevado a modo de compensación por el agravio cometido
por el rey Eurito al negarle la mano de su hija. Ifito, hijo de Eurito, siguió
las huellas de las yeguas, que conducían a Tirinto; disimulando sus sospechas,
Ifito pidió a Hércules que lo ayudase a buscar el ganado robado. Hércules
comprendió que Hito lo acusaba de ser el ladrón y lo mató arrojándolo desde la
torre más alta de Tirinto.
Entonces el héroe buscó purificación de este asesinato en
la corte del rey Neleo, pero este se la denegó. Acudió después a Amiclas donde
fue purificado del asesinato por el rey Delfobo.
Una vez purificado, se dirigió al oráculo de Delfos en busca
de ayuda para curase de sus accesos de ira. Al negarse la pitonisa a atenderlo
por haber matado a Ifito, Hércules, airado, se apoderó del trípode de Apolo
sobre el que la pitonisa se sentaba.
El dios Apolo, indignado, acudió para evitar el robo del
trípode sagrado y luchó con Hércules hasta que Zeus separó a los combatientes
con un rayo y los obligó a hacer las paces. A continuación la pitonisa accedió
a los deseos de Hércules y profetizó que para librarse de su aflicción éste
debería venderse como esclavo durante tres años y entregar el dinero de la
venta a la familia de lfito.
Fue vendido por Hermes a la reina de Lidia, Ónfale, como
un esclavo sin nombre. La reina, y nueva ama del héroe, lo sometió a todo tipo
de ultrajes, lo vistió con largos ropajes femeninos, lo obligó a hilar a sus
pies como cualquier doncella. A pesar del maltrato puede decirse que existía
amor entre Hércules y la reina, y que el amor de esta se llegó a hacer tan
enfermizo que llevó al héroe a esta situación tan poco digna.
En este periodo, Hércules se enfrentó a los cercopes
mellizos Pasalo y Acmón, que transformados en moscas le impedían dormir con su
incesante zumbido; luchó contra Síleo, que obligaba a los extranjeros a
trabajar en sus tierras; arrasó la ciudad de los lidias, cuando éstos
comenzaron a saquear el territorio de Ónfale; venció al rey Litierses de
Celenes en una competición, en la que al rey decapitaba a los perdedores; junto
al rió Safaris, mató a una gigantesca serpiente que atacaba a los sirvientes y
a las cosechas de Ónfale. Con esta reina Hércules tuvo a Lamo, a Agelao y a
Laomedonte.
Transcurrido el tiempo pactado y después de librar las
posesiones de la monarca de bandidos y monstruos, la reina comenzó a sospechar
que este esclavo sin nombre no era otro que el famoso Hércules, así que lo
liberó muy satisfecha, colmándolo de regalos.
A su regreso se
enteró de las historias que se contaban sobre él. Que arrumbó la piel de león y
se vestía como una dama, con grandes collares, pulseras y turbante femenino.
También decían que la señora lo regañaba y se ponía a llorar; todo
ridiculizando su varonil fuerza ante las modalidades femeninas.
Juan Jesús Ojeda
Abolafia
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