martes, 18 de diciembre de 2012

LOS ROLES SEXUALES (Estrella de Diego, El andrógino sexuado)


LOS ROLES SEXUALES. TEXTO 1. (Estrella de Diego, El andrógino sexuado)

            “La idea de género como convención social impuesta desde el momento en que nacemos –y no asociada a factores biológicos- es algo cada vez más aceptado. Cuando nace un bebé, antes de determinar si es normal desde un punto de vista estrictamente físico –si tiene dos manos, dos piernas o dos ojos- se especifica algo mucho menos relevante pero que va a condicionar su vida futura y va a poner de manifiesto la educación diferenciada que reciben hombres y mujeres: es un niño, es una niña. A partir de ahí, incluso el más banal de los símbolos –la ropa- los diferencia: a las niñas se las viste de rosa –color asociado en nuestra cultura a los afectos- y a los niños de azul –asociado al trabajo. Las mujeres deben dedicar sus vidas a los afectos vestidas de rosa y los hombres deben ganarse la vida vestidos de azul. Pero como al final las mujeres tienen que trabajar además de sentir, el azul entra en sus vidas a medida que se hacen mayores –uniformes del colegio. No deja de llamar la atención que por el contrario el rosa no suela pertenecer al ámbito de lo masculino sin implicaciones de afeminamiento, lo cual hace sospechar sobre la definitiva exclusión masculina del mundo sentimental.

            Y sin embargo, nacer hombre o mujer no tiene implicaciones de comportamiento irreversibles, más bien nos comportamos como hombres y como mujeres por esa determinada educación. Es lo que se suele denominar como roles, la predeterminación en la conducta de una persona –algo que la sociedad espera y anima. Dichos papeles están íntimamente ligados al concepto de norma –cómo se debe comportar la gente- y al concepto de estereotipo –cómo se suele comportar la gente. Así los roles son patrones de comportamiento relacionados con lo que se suele hacer y con lo que idealmente se debería hacer. Brannon asocia los roles sociales a los papeles del teatro enfatizando cómo actuar dentro de un determinado rol conforma también la personalidad del individuo, la cual es para un sector de la psicología el residuo o la integración de los roles sociales aprendidos, convirtiendo de este modo la imitación en metamorfosis”.

Estrella de Diego, El andrógino sexuado, Madrid, Visor Dis., 1992, pp.48-49.


 

LOS ROLES SEXUALES. TEXTO 2. (Estrella de Diego, El andrógino sexuado)

            “Duren-Smith y de Simone recogen algunos casos clínicos que demuestran lo artificial de la diferencia de los sexos fuera del ámbito puramente biológico e incluso cómo lo aprendido supera ese ámbito. Las personas que han sido educadas dentro de los códigos de un sexo se comportan según esos códigos y quieren mantenerlos a pesar de descubrir en la madurez que desde el punto de vista del sexo biológico pertenecen al sexo contrario[1]. Lo que las autoras tratan de demostrar con estas historias poco habituales desde el punto de vista clínico, es que la orientación sexual se aprende al igual que la identidad de género. Todos nacemos con una naturaleza bisexual y sólo después del nacimiento se fuerzan las diferencias sexuales en nuestro cerebro a través de lenguajes no verbales de signos establecidos –rosa versus azul- y a través de lenguajes verbales presentes en la misma educación potenciada por los padres – qué niño tan fuerte, qué niña tan guapa, como explica Stoller.

            Esta definición sexual impuesta va creando una serie de presiones en ambos sexos, que en el caso de la mujer se manifiesta a través de la percepción de la feminidad como un valor negativo y en el del hombre a través de una identificación en el ámbito de lo irreal acrecentada por el miedo latente a la homosexualidad. La identificación de las mujeres con su género se lleva a cabo en el ámbito de lo cotidiano –las niñas juegan a las casitas con harina de verdad-, mientras la de los hombres está ligada a lo heroico, muy alejado del mundo tangible –disparan armas sin balas y juegan con trenes miniatura. La transgresión de las niñas no es, además, algo tan fuertemente criticado, tal vez por la subvaloración social de todo lo femenino que permite a la mujer manifestar su bisexualidad e incluso la anima a adecuarse a las normas de comportamiento masculinas”.

Estrella de Diego, El andrógino sexuado, Madrid, Visor Dis., 1992, p.50.



[1] El primer caso presentado es el de la señora Went, cuya identidad de género aparece separada de su identidad de sexo genético. La señora Went es un ama de casa inglesa como tantas “sin problemas de adaptación, casada y con dos hijos adoptados. Pero si viviese en Escocia, tan sólo unas millas al Norte, el Estado la consideraría un hombre. De hecho es un hombre genéticamente. Padece un desorden genético muy poco frecuente”. Es consciente de sus problemas a los veintitrés años, ante la ausencia de menstruación, y el médico le explica que técnicamente es un hombre. Ha sido educada como una mujer y prefiere mantener los hábitos adquiridos y vivir su vida como una mujer. El segundo caso que aportan es su antítesis, un muchacho malayo criado como un chico que ha nacido con pene y una pequeña abertura vaginal. Cuando en un momento empiezan a crecerle los pechos consulta a un médico que le explica sus problemas de hermafroditismo. Él se siente un hombre porque ha sido educado como tal y decide operarse los pechos y la vagina. Duren-Smith y de Simone, 1983, p. 102 y ss.

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