“Los cínicos y los
moralistas están de acuerdo en incluir las voluptuosidades del amor entre los
goces llamados groseros, entre el placer de beber y el de comer, y a la vez,
puesto que están seguros de que podemos pasarnos sin ellas, las declaran menos
indispensables que aquellos goces. De un moralista espero cualquier cosa, pero
me asombra que un cínico pueda engañarse así. Pongamos que unos y otros temen a
sus demonios, ya sea porque luchan contra ellos o se abandonan, y que tratan de
rebajar su placer buscando privarlo de su fuerza casi terrible ante la cual
sucumben, y de su extraño misterio en el que se pierden. Creeré en esa
asimilación del amor a los goces puramente físicos (suponiendo que existan como
tales) el día en que haya visto a un gastrónomo llorar de deleite ante su plato
favorito, como un amante sobre un hombro juvenil. De todos nuestros juegos, es
el único que amenaza trastornar el alma, y el único donde el jugador se
abandona por fuerza al delirio del cuerpo. No es indispensable que el bebedor
abdique de su razón, pero el amante que conserva la suya no obedece del todo a
su dios. La abstinencia o el exceso comprometen al hombre solo; pero salvo en
el caso de Diógenes, cuyas limitaciones y cuya razonable aceptación de lo peor
se advierten por sí mismas, todo movimiento sensual nos pone en presencia del
Otro, nos implica en las exigencias y las servidumbres de la elección. No sé de
nada donde el hombre se resuelva por razones más simples y más ineluctables,
donde el objeto elegido sea pesado con más exactitud en su peso bruto de
delicias, donde el buscador de verdades tenga mayor probabilidad de juzgar la
criatura desnuda. Partiendo de un despojamiento que iguala el de la muerte, de
una humildad que excede la de la derrota y la plegaria, me maravillo de ver
restablecerse cada vez la complejidad de las negativas, las responsabilidades,
los dones, las tristes confesiones, las frágiles mentiras, los apasionados
compromisos entre mis placeres, y los del Otro, tantos vínculos irrompibles y
que sin embargo se desatan tan pronto. El juego misterioso que va del amor a un
cuerpo al amor de una persona me ha parecido lo bastante bello como para
consagrarle parte de mi vida. Las palabras engañan, puesto que la palabra
placer abarca realidades contradictorias, comporta a la vez las nociones de
tibieza, dulzura, intimidad de los cuerpos, y las de violencia, agonía y grito.
La obscena frasecilla de Posidonio sobre el frote de dos parcelas de carne –que
te he visto copiar en tu cuaderno escolar como un niño aplicado- no define el
fenómeno del amor, así como la cuerda rozada por el dedo no explica el milagro
infinito de los sonidos. Esa frase no insulta a la voluptuosidad sino a la
carne misma, ese instrumento de músculos, sangre y epidermis, esa nube roja
cuyo relámpago es el alma”.
Marguerite
Yourcenar, Memorias de Adriano, Barcelona,
EDHASA, 1984. pp. 15-16.
ACTIVIDADES.
1. Después de leer atentamente el texto y
buscar el significado de las palabras que desconoces, trata de ofrecer una
versión más actual del mismo y con palabras más sencillas, como si tú fueras un
emperador Adriano del siglo XXI.
2. Busca información sobre la escuela
filosófica de los “cínicos” en la antigüedad, así como sobre Diógenes de Sínope
y Posidonio.
3. ¿Qué concepción del amor defiende
Adriano?
4. ¿Estás de acuerdo con esta concepción
del amor? ¿Se te ocurre algún ejemplo para justificar tu respuesta?
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